Neocolonialismo camuflado
ANNA HERINGER. LA BELLEZA ESENCIAL
FUNDACIÓN ICO. DEL 9 DE FEBRERO AL 8 DE MAYO DE 2022
Un artículo de El País firmado por Antonio Muñoz Molina reseñaba esta exposición con la vehemencia propia del iniciado y propia también de una bonhomía optimista que ha intuido en la arquitectura de Heringer la senda virtuosa por la que el mundo debería caminar. Yo también lo pensé y me dije que merecía la pena ir a visitarla. La expectativa era prometedora: el empleo de materiales tradicionales y propios del territorio, la participación voluntariosa de la población autóctona en la construcción de sus edificios, una arquitectura ecológica en su más pura concepción. Y, sin embargo, mi ánimo se fue enturbiando a medida que recorrí la exposición. En primer término, el texto de Fernández-Galiano con sus metáforas sobre el erizo y la belleza punzante de Heringer, me pusieron en guardia. Símiles eruditos para ubicar en el ideario occidental esta arquitectura remota y rural. Muriel Barbery, Isaiah Berlin y Schopenhauer como hitos referenciales para describir la "belleza punzante" de Heringer. Vale decir, autoafirmación en la tradición literaria y filosófica europea para hablar de procesos constructivos en Asia y África. Sorprendente.
Inmediatamente, las sargas, los saris de las mujeres de Bangladesh, son ahora, no las prendas tradicionales, sino los lienzos donde la artista deja su impronta a lo Paul Klee. Obviamente, el argumentario no va a ser éste, sino el esforzado trabajo de las mujeres y la alternativa al trabajo mal remunerado de las fábricas textiles. El argumento es siempre que podemos cambiar el mundo. Pero este cambio, y he aquí la clave, lo promueve la mente occidental, con su saber omnímodo. Su arquitectura también es esta certeza inconsciente: yo os enseñaré. El cambio no se va a producir desde la sabiduría tradicional, que aquí se presenta como saber moribundo, sino desde la inteligencia preclara que 'sabe lo que hay que hacer'. Lo vemos con meridiana claridad en las estructuras de bambú en los edificios públicos del sudeste asiático, estructuras que tienen más de partenón o de 'estilo internacional' que de aprovechamiento discreto y racional de los recursos. En todos los edificios la arquitecta muestra, a veces con mayor nitidez y otras con menos, su impronta, es decir, su herencia estética occidental, el hilo conductor que nos llevará a Le Corbusier, y más atrás a Adolf Loos, y mucho más atrás, a Calícrates y a Fidias, en definitiva, como la propia Heringer afirma, a la fuente de nuestras democracias, según ella "creada gracias a unos locos que quisieron cambiar el mundo" (sic).
Mi ánimo se vino definitivamente abajo cuando pude contemplar la serie de los Campamentos para refugiados de Rohingyá, planos aéreos en los que se muestran los campamentos transformados por la gracia de la artista en cuadros abstractos, fuertemente estetizados, más cerca de la galería de arte que de la comprensión del problema humano que dice representar. He aquí de nuevo cómo el occidental transforma la realidad en estética, cómo cualquier materia o hecho puede convertirse en evento artístico. Y esto es obsceno, en mi opinión. Como en cierta manera también lo es el gesto de la arquitecta que vemos en un vídeo en el que llama de pronto a las mujeres que están en su trabajo de construcción para que bailen frente a la cámara. Y todas ellas, poco a poco, comienzan a bailar como sí lo saben hacer en África, poniendo su espíritu todo en el baile. Y a Heringer la vemos convertida en Livingstone, sosteniendo pobremente el ritmo de la danza, rodeada de la energía libre y chamánica de las mujeres, algunas cargadas con sus bebés atados al propio vestido.
Admito que mucho de lo expuesto tiene enorme talento, reconozco y puedo hasta identificarme con la voluntad de cambiar el rumbo del mundo, transitando hacia una arquitectura más sostenible, con la convicción de modificar nuestros sistemas productivos y con el empleo de materiales tradicionales en la construcción. Pero el cambio se ha de producir en la mente occidental, es ahí donde radica el núcleo de la locura colectiva que nos lleva a triturar los recursos naturales y a devorar el planeta por pura ambición. Lo demás es neocolonialismo. Trasponer la poca conciencia de la sostenibilidad que queda en Occidente hacia el Tercer Mundo es sólo un gesto artístico, una pose más del egocentrismo que nos lleva a creernos mejores. Porque sobre aprovechar los recursos y aplicar el sentido común, cualquier medio rural no contaminado, siempre nos sacará ventaja.